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Nunca he entendido que alguien sienta placer por hacer ruido y molestar a los demás. En nuestro ámbito, puedo entender que alguien muy purista se gaste un dineral en un escape que permita obtener más potencia o mejor rendimiento del motor, que baje el peso, que consiga un sonido más bonito o simplemente más del agrado del propietario de la máquina, pero no que lo único que consiga sea más ruido.

Son pocos los que hoy día van con su moto a escape libre, los pocos que hay creo que no se deben dar cuenta de la ridícula imagen que generan de sí mismos en los demás, pues lejos de provocar admiración, lo que piensa/pensamos la inmensa mayoría que padece sus desagradables efectos es que su coeficiente intelectual no debe ser de los más avanzados del barrio. Y el problema ya no solo son las molestias o incluso, el perjuicio para la salud, que provoca en los demás, sino que generan un sentimiento de rechazo de la población hacia todo el colectivo motociclista. 

Ese rechazo está empezando a pasar factura ya en algunas zonas de algunos países de la UE como Alemania o Austria, donde los vecinos han conseguido que se prohíban las motos (todas las motos), en determinadas carreteras o poblaciones, precisamente por el ruido que generan algunos, los menos, afectándonos así a todos los que no tenemos problema en disfrutar de la moto sin molestar a nadie, los más.

Personalmente no me gusta que el papá Estado me tenga que decir cómo tengo que vivir, pero cuando hay ciudadanos que no saben vivir sin molestar y dañar a los demás, bienvenido sea ese Estado papá (o mamá) para meter en vereda a quienes se comportan con la madurez de un niño.

Juan Manuel Reyes

Presidente 

Asociación Nacional de Motoristas