A la rabia inicial le sigue la impotencia. La policía, desbordada, se limita a transmitirte un desalentador «ya te llamaremos si aparece». Pero mi queja se eleva hasta el ayuntamiento de Barcelona. Los ciudadanos cumplimos nuestra parte del trato pagando religiosamente nuestros impuestos pero, a cambio, el consistorio se lava las manos y no intenta solventar el problema.
Nuestra ciudad ni debe ni puede aguantar estos niveles de delincuencia. Siete motos al día son muchas motos, vehículos que han sido comprados y pagados con sudor y esfuerzo por parte de sus propietarios.
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